"¡Me sentí importante!” ríe Malena (Buenos Aires, 1974) cuando le preguntamos acerca de su transformación en diva por cortesía de Dior. “Tenía ya una idea de lo que es la firma”, explica la ganadora del Goya a Mejor Actriz por Que nadie duerma. “Sé que es algo mítico, pero cuando tienes las prendas delante, cuando las tocas.... esa modernidad combinada con la elegancia de siempre me parece incomparable. Ha hecho que me sienta muy guapa.”
Fan de los vestidos y de la camisa desestructurada con hombro al aire de la maison –todos de la colección primavera-verano 2024– que luce en este reportaje, Malena confiesa que ya se ha vuelto “un poco adicta a Dior”. Tanto como nosotros a ella, una actriz que nos ha hecho reír, llorar y emocionarnos como pocas y que al fin, el pasado mes de febrero, recogió el merecido galardón a su arte. “Todavía estoy regresando a mi ser”, reconoce, aún abrumada.
Todos coincidimos en que tu Goya ha sido merecidísimo. Bueno... Yo me siento muy premiada independientemente de lo que ha pasado con esta película, de la que estoy orgullosa y feliz. Pero previo a ello ha habido mucho trabajo en tele, cine y teatro. Han surgido poco a poco cosas muy bonitas que he podido gestionar y disfrutar aprendiendo a medida que he ido creciendo profesionalmente y como mujer. Eso de que ahora la gente me quiere o me admira... de corazón te digo que yo ya me siento premiada, supervalorada y muy querida. Que esto solo ha sido la guinda de un pastel y un motivo de orgullo para mi familia.
Con Que nadie duerma has vuelto a demostrar que se te da divinamente interpretar a mujeres a las que la vida les trata fatal. También te confieso que un personaje al que siempre le va todo bien resulta aburrido. Es en el sacrificio, en la búsqueda y en la insatisfacción donde se enriquece la historia. Pero sí es verdad que a mis personajes más reconocidos no les ha sonreído la suerte; han sido un poco maltratados en su contexto. Pasó con Belén, de Aquí no hay quien viva, o Nuria, de Vergüenza. Siempre estaré en un sitio que nadie envidia y en circunstancias que llevan a la precariedad, a la insatisfacción con la pareja... Lo bueno de Lucía, la prota de Que nadie duerma, es que es un papel fantástico: pasa de sumisa y cándida a tomar las riendas. Pero siempre fluctuando en esa cosa desequilibrada y extraña que hace que no se sepa bien si lo que transcurre es real o sucede solo en su cabeza.
Es un ejemplo de resiliencia femenina. No le queda otra. Hay miles de casos ahí fuera en los que una se tiene que reinventar. Y esto es lo que hace que empatices con ella, porque si lo pensamos fríamente, la verdad es que es un personaje un poco grimoso.
La película también trata el rol tradicional de cuidadora que siempre se nos ha atribuido a las mujeres. En este caso concreto pasa que no hay nadie más. Socialmente, y generación tras generación, hemos venido heredando que las mujeres son las que cuidan, las que sostienen, las que se ocupan. Pero quiero pensar en positivo y que las cosas se están moviendo. Que los papeles se van repartiendo y que este no es solo cometido femenino. Cambiar cuesta mucho trabajo. Si a nivel individual ya es difícil, con años de terapia y análisis, imagínate a nivel social. Pero mi generación y la de mi sobrina (hija de su hermano Ernesto) no tienen nada que ver. Ellos, afortunadamente, llegan con otro panorama, otra visión.
Tu Lucía da rienda suelta a sus emociones más negativas. Emociones que, en la vida real, tienen muy mala prensa. No nos damos permiso a sentir rabia, tristeza... a tener una pataleta. Pero son sentimientos que están dentro de nosotros porque somos seres humanos. Otra cosa es cómo tú los canalices. Yo, por suerte, no soy nada rencorosa. A veces quisiera serlo un poco más, pero me da pereza, me produce tanto malestar el sentirlo que creo que inconscientemente lo rechazo y me olvido. Eso no significa que el rencor sea algo malo o bueno; simplemente, te cuento mis mecanismos.
¿Eres de esas personas que disfrutan saliendo de su zona de confort? ¿O, por el contrario, de las que piensan aquello de que ‘con la trabajera que me ha costado, de aquí no me saca nadie’? Fíjate que con esta película he salido de mi zona de confort. Opino que en la creación hay que conseguir cierta incomodidad, cierto no saber. Y confiar en la persona que te dirige. Es bueno dejarte ir aun no sabiendo a donde vas o intuyendo que no es placentero. Desde el punto de vista creativo está bien no sentirse demasiado acomodado, que pasen cosas nuevas, reinventarte, reconocerte y rehacerte.
Con un padre como Héctor Alterio, maestro de la actuación, ¿lo de dedicarte a la interpretación resultó algo orgánico? Soy actriz porque fue el lugar que encontré para que mi vida tuviera sentido de alguna forma. Hay una película preciosa de Adolfo Aristarain que se llama así, Un lugar en el mundo. Cuando yo empecé a trabajar en esto era muy jovencita y estaba muy perdida. Había fracasado en los estudios; mis padres estaban desesperados. Obviamente, el hecho de que mi papá fuera actor y de que mi hermano estuviera estudiando en la escuela de interpretación de Cristina Rota ayudaron a que yo fuera detrás, pero no con la convicción absoluta de “voy a ser actriz”. No era un pensamiento que surgiera de mí desde pequeñita, sino que empecé tímidamente, con muchos miedos, inseguridades, complejos... Como pidiendo permiso a cada paso que daba. Poco a poco se fue transformando en una razón de ser y encontré mi manera de expresarme. Y gracias a Dios, porque a veces uno se mete y no le dan el espacio.
¿Han quedado atrás todas esas inseguridades? Siempre he sido insegura y siempre lo seré. Todo el rato estoy dudando, forma parte de mi carácter y creo que me voy a morir así. Como mujer y actriz ha habido un montón de cosas que me acomplejaban, cosas que luego en la distancia digo, “pero por favor”... En cuanto al físico, una nunca se siente dotada. Eso de decir “me quitaba la nariz”, “me ponía tetas”... Te estoy hablando de los 15, 16 años. Ahora lo pienso y me digo, “qué tontería más grande”. En mi familia hay un mantra, y es el de que tenemos que ser quienes somos. Yo valoro lo especial de cada uno, de su físico, de su voz...
Quererse parecer al otro no es interesante, porque al final acabamos siendo todos iguales. Creo en ser auténtico y aplaudir lo que uno tiene, pero lo creo ahora que tengo 50. Llegar aquí me ha costado muchísimo. En mi opinión, una mujer de 20 está por hacer. Hay una riqueza femenina que se cocina a fuego lento y con mucho sufrimiento, Yo me siento ahora más interesante y con bastantes más cosas que ofrecer que hace 20 años, no lo dudes.
Dicen que para los actores es tan difícil gestionar los fracasos como los éxitos. ¡Claro! Luego quieren que estemos equilibrados... Hay períodos de nada, en que las cosas no te acaban de llegar y empiezas a cuestionártelo todo. Y, de repente, un éxito brutal por el que el mundo entero te felicita. Yo ahora vengo de un tsunami de cariño y de amor, pero, a lo mejor, dentro de un año me vas a tener que entrevistar para averiguar dónde he colocado todo esto. Una cosa que me gusta es que en casa tengo un gran ejemplo, un gurú. Mi papá siempre ha sido –y es– un hombre calmado en este sentido. Su foco está solo y exclusivamente en el trabajo y todo lo que le rodea (las críticas, lo bueno, lo malo) lo ha tomado con mucha mesura, pensando en que esto es fugaz, como la vida misma. Disfrutémoslo ahora porque luego pasará. O no. Trato de no creerme demasiado ni lo bueno ni lo malo.
Mencionas mucho a tu padre. Mis padres son mis referentes, mis guías, lo que yo aspiro a ser en la vida. Me admira cómo han ido gestionando todo lo que ha ido sucediendo (tuvieron que emigrar a España tras recibir amenazas de muerte en Argentina). Su mejor consejo es la manera de estar de ellos en el trabajo, los afectos, la vida... Hay algo ahí donde yo me reconozco y es en el camino que se debe llevar o que yo quiero llevar. De manera tranquila y poniendo el foco donde hay que ponerlo. Y no ser nada que no seas. Esto también lo dice mucho papá, el ser auténtico y no estar impostado, ni en el trabajo ni en la vida.
Has contado que eres una persona poco ambiciosa... ¿Cuáles son esos placeres sencillos a los que te entregas? Tengo una terraza preciosa y me entretengo mirando las plantas, escuchándolas, regándolas... Me encanta. También me gusta pasear por Madrid. Me fascina caminar y viajar en Metro. Me conformo con poca cosa, la verdad: viajar, una sobremesa con la familia, cantar al piano con Ernesto, que toca el piano fantásticamente, irme de marcha con las amigas... Actividades mundanas y cotidianas que no son gran cosa pero me hacen feliz.
Es raro pensar que alguien tan popular como tú pueda coger el Metro sin que le asedien. Pues sí. Ayer mismo tuve que ir a hacerme unas pruebas médicas y me fui en Metro. Y tan feliz. Aunque va por días. Yo me acuerdo de la época supertop de Aquí no hay quien viva y ahí si que no me metía en el Metro ni ‘pa'trás’. La gente era muy agobiante. Pero ahora, por lo general, es maja, muy cariñosa y si se acercan, se acercan tranquilos.
El boom de Aquí no hay quien viva daría para una tesis doctoral. Imagínate. Ahí pasamos por todos los estados, desde el subidón porque te habían pedido una foto hasta el bajón de no quiero salir de casa porque estoy harta de fotos. Es increíble que haya generaciones que sigan viendo una serie que yo hice hace 20 años. Me siento afortunada porque podría haberme quedado estancada trabajando en cosas relacionadas solo con ese personaje, pero he ido transitando por otros caminos. De hecho, me trajo trabajos muy bonitos. Ahora, por ejemplo, tengo dos películas por estrenar: (Mala persona, que llega el 5 de julio) y Odio el verano; una serie (El fin) y en mayo regreso a Madrid, a Las Naves del Matadero, con la obra de teatro Los amigos de ellos dos.
Volviendo a los Goya, la escena entre bambalinas con Fernando Tejero se ha hecho viral. Es que fue tan bonito... Los abrazos de los amigos son lo mejor. Y el gesto que tuvo Fernando, una pasada. Sé que será uno de esos momentos que nunca voy a olvidar.
Por curiosidad, ¿dónde has puesto tu Goya? Aún no tiene sitio porque no paro de sacarlo, de llevarlo, de enseñarlo. Lo voy presentando por todo el barrio, como si fuera una mascota. Me lo he llevado al mercado, a donde hago las fotocopias, donde me prestan la ropa, a casa de mis padres... Se pasa el día dando vueltas.
Maquillaje y peluquería: Piti Pastor para Dior y Miram Quevedo.
Asistente de realización: Mikel Andrés.
Asistente de fotografía:Enrique Escandell.
Agradecimiento: Hotel Relais & Châteaux Orfila (Orfila 6, Madrid; hotelorfila.com).