Sin duda Marrakech es uno de los viajes que recuerdo con más cariño. Muchas personas me habían advertido de lo exótica, intrigante e hipnotizante que resulta esta ciudad y yo estaba deseosa de conocer más acerca de ella. Cuando llegué, descubrí un nuevo universo. Recuerdo vívidamente los olores de los tés o del hamman de nuestro pequeño riad (La Sultana). Me vienen a la memoria los colores del Souj (el mercado más grande de la ciudad) y la persistencia de los vendedores, empeñados en que comprara cualquier artículo en sus tiendas. Recuerdo la llamada a la oración como algo exótico y maravilloso... de otro mundo.


Siempre me he sentido especialmente atraída por la cultura árabe, en concreto por su arquitectura, y poder visualizar todas aquellas construcciones, puertas y laberintos resulta siempre inspirador. Cualquier rincón es perfecto para sacar la cámara y fotografiar. Las puestas de sol son espectaculares, sobre todo vistas desde las terrazas y azoteas que se alzan sobre el paisaje de casas bajas.


Marrakech es un lugar mágico, un viaje que recordaré toda la vida y una ciudad a la que siempre querré regresar, aunque sea para continuar investigando en su interminable Zoco.