Pelo grasiento y despeinado, camisa de franela colocada encima de una camiseta básica desgastada y rota, vaqueros dos tallas más grandes, gafas de plástico compradas en el supermercado y Converse sucias.
El look que Kurt Cobain convirtió en extensión de su persona y germen de una estética, la grunge, que trascendería su contexto y su tiempo es, a priori, de todo menos fashionista. Y a pesar de que nació rompiendo con la opulencia de los ochenta y desafiando los cánones estéticos establecidos, treinta años después de la muerte del líder de Nirvana el grunge hace tiempo que dejó de ser la antimoda para convertirse en una de esas tendencias que vuelve cíclicamente.
No importa que los jerséis asépticos de color gris con muchos ceros en su etiqueta dominen una temporada monopolizada por eso que llaman lujo silencioso: este estilo (o la falta de él) siempre encuentra el espacio y la forma de regresar a nuestro armario.
“La estética asociada a la música grunge triunfa porque es divertido estar a la moda simulando que la moda te importa un bledo. Es una forma de desafiar la superficialidad del look. De decir que somos más que la ropa que usamos”, explica a InStyle Pierre Tomoranoff, autor de The 1990s Fashion Book. Para él, existen otros factores que explican su permanencia en las pasarelas y las tiendas tres décadas después de que el líder de Nirvana y principal valedor del género acabara con su vida el 5 de abril de 1994 de un disparo en la cabeza.
“Se trata de una tendencia rebelde y la rebeldía siempre es cool. Además, es agradable vestirse con ropa cómoda y un poco desgastada.” ¿Un motivo más? “El grunge es democrático. No necesitas dinero para vestir así, sino todo lo contrario”, apunta Tomoranoff.
Sin embargo, del mismo modo que la contracultura fue devorada por el sistema en el momento en que el álbum Nevermind (1991) de Nirvana vendió 30 millones de ejemplares, hace tiempo que el grunge –que deriva de grungy, jerga que en inglés hace referencia a ‘mugre’– tiene más que ver con prendas de lujo a las que solo tienen acceso unos pocos que con las chaquetas de lana a dos dólares que compraba Cobain.
Para el crítico musical Mark Yarm, autor del libro sobre la cultura grunge Todo el mundo adora nuestra ciudad, “la estética hizo de figuras como Kurt Cobain personajes más ‘reales’ que la estrella pop promedio, lo cual tuvo bastante que ver en su éxito, a pesar de que él sería una leyenda independientemente de cómo se vistiera”.
De hecho, lo que Cobain y sus colegas llevaban en el escenario era más fortuito que estudiado y respondía a una estética pobre y acumulativa que se alimentaba de ropa vieja y de segunda mano. “El grunge era el ‘no estilo’, la antítesis de cualquier noción ligada a la moda.
El mero acto de vestir el cuerpo sin más. Los músicos de esta escena se vestían con lo que tenían a mano y el límite lo marcaba el poder adquisitivo de unos jóvenes que querían ser artistas y no tenían donde caerse muertos”, recuerda Mónica López Soler, profesora e historiadora del arte especialista en indumentaria.
Llevaban prendas superpuestas sin ton ni son y no diferenciaban ni por géneros ni por tallas: se ponían lo que habían encontrado fortuitamente en la charity shop de turno. “Por lo tanto, era absolutamente anticomercial y anticonsumo, lo contrario a los valores del concepto de moda”, añade la experta. Eso no impidió que los diseñadores corrieran a inspirarse en aquello que llevaban unos chavales de Seattle y que ya estaba influyendo en las calles.
Así, a principios de los noventa, el grunge ya era una tendencia mainstream y 1992 fue el año en el que diseñadores como Anna Sui, Christian Francis Roth o Xuly Bet convirtieron la semana de la moda de Nueva York en una sucesión de prendas de dudoso criterio estético, muchas rayas, gorros de punto y botas Dr. Martens. Pero fue Marc Jacobs, padre del grunge de lujo, quien sentó los pilares de la moda inspirada en este género musical con una colección primavera-verano 1993 para Perry Ellis que le costó el despido (y que, por cierto, reeditó en 2018).
A pesar de que muchos se llevaron las manos a la cabeza, las principales revistas del sector corrieron a disparar editoriales de moda inspirados en la estética de Nirvana y hasta el minimalismo de Calvin Klein quedó en pausa conquistado por el desaliño. El cine hizo lo propio con películas como Singles (1992), que relata la vida precaria de los músicos de Seattle antes de ser parte del fenómeno grunge, o Reality Bites (1994).
Desde entonces, el estilo ha tenido infinitos revivals, por no decir que siempre ha estado planeando en las colecciones de ciertas firmas para traducirse, después, en una invasión de camisas de cuadros, botas toscas y camisetas de grupos musicales en las grandes cadenas de moda rápida y calles de todo el mundo.
Las aportaciones del diseñador holandés Dries Van Noten o de Hedi Slimane para convertir el grunge en tendencia masiva son, sin duda, dignas de mención. El segundo presentó una colección otoño-invierno 2013/2014 para Saint Laurent que, en palabras de la mismísima Courtney Love, líder de la banda Hole, viuda de Cobain y creadora del estilo kinderwhore (combinar vestidos baby doll con medias rotas, zapatos Mary Jane y maquillaje excesivo) recreó la estética como nadie lo había hecho hasta el momento. “Tengo orgasmos al imaginarme a señoras ricas comprando lo que solíamos vestir.
Por fin alguien ha clavado el look con exactitud”, tuiteó tras el desfile. La siempre irónica Love no perdió la oportunidad de jactarse de que las mujeres “fueran a pagar 6.000 dólares por una gabardina que en su día nos costó 4,99”. Y eso fue exactamente lo que ocurrió: la colección, que en un primer momento recibió duras críticas, se convirtió en un fenómeno comercial que saneó las cuentas de la firma francesa, confirmó a Hedi Slimane como el diseñador favorito de los ‘rockeros bien’ y dejó claro que el grunge, en la moda, no iba a irse a ninguna parte.
No en vano, Saint Laurent puso a la venta el año pasado camisetas vintage de Nirvana que superaban las cuatro cifras. No tardaron en agotarse, confirmando que lo que hoy entendemos por moda grunge es la antítesis de lo que fue en su momento.
Esta temporada primavera-verano 2024 es posible encontrar guiños a la estética en las prendas de cuadros de Acne Studios o Y/Project, los vestidos agujereados de Collina Strada o Balenciaga y las chaquetas marrones desgastadas de Dior que tanto recuerdan a las que puso de moda Eddie Vedder, líder de Pearl Jam.
Y a juzgar por las colecciones para el próximo otoño que acaban de presentarse en las principales capitales de la moda, la tendencia tendrá continuidad: Glenn Martens ideó para Diesel una colección a medio camino entre la estética rave y el grunge; en Tod’s el show acabó con All Apologies de Nirvana como banda sonora y las gafas de sol del debut de Walter Chiapponi en Blumarine podrían haber pertenecido al mismísimo Cobain.
Los jerséis agujereados de Versace, las prendas superpuestas y descuidadas de Anna Sui o los cárdigans de N21 también respiraban ese inconfundible espíritu desaliñado.
La estética grunge parece tener ahora más sentido que nunca en un momento en el que prima la comodidad, la moda circular y de segunda mano, la mirada nostálgica al pasado con los 90 como una de las décadas estrella y el derribo de las tradicionales barreras de género. “El grunge refleja una época actual que bucea en una polisemia cultural, plural, heterogénea, híbrida y por fin abierta a más de dos géneros”, en palabras de López Soler, que evoca aquella portada de 1993 de la revista The Face en la que Kurt Cobain luce un vestido con estampado de flores mucho antes de que Harry Styles o Bad Bunny generasen titulares por subirse al escenario con prendas clásicamente femeninas.
“El espíritu provocador de Cobain todavía puede inspirar a muchos en una época de creciente intolerancia y populismo conservador. Esta década necesita infractores de las reglas, como él, no solo en la moda. Cobain no fue el primer ni el único cantante masculino en usar un vestido, pero contribuyó a desafiar la identidad de género”, apunta el autor de The 1990s Fashion Book.
Si bien hoy es difícil catalogar como genuinamente grunge a cualquier miembro del star system, los ecos de esta estética se pueden sentir en referentes generacionales como Olivia Rodrigo o Kristen Stewart. La primera es la mejor heredera del estilo kinderwhore de Courtney Love y, la segunda, a medio camino entre lo punk y el grunge actualizado, no pierde la oportunidad de rememorar aquellos días que “olían a espíritu adolescente” con sus apariciones despreocupadas en promociones y eventos.
Sin duda, tres décadas después de su muerte, la esencia de Kurt Cobain se puede sentir mejor en la moda que en unas listas de éxitos monopolizadas por el reguetón. Él, que detestaba ser tan inmensamente popular a pesar de su empeño en alzarse como una estrella del rock global y que se puso una camiseta que rezaba “Las revistas corporativas siguen siendo una mierda” mientras posaba en la portada de Rolling Stone, probablemente hubiera odiado que sus cárdigans llenos de pelotillas y sus Converse mugrientas se convirtieran en productos de consumo masivo. O quizás no.